Betania era un pueblecito ubicado a tres kilómetros
(dos millas) de Jerusalén (Juan 11:18).
Allí tuvo lugar un hecho lamentable unas semanas antes de la muerte de Jesús.
Lázaro, amigo íntimo del Maestro, enfermó repentinamente y falleció.
Cuando Jesús se enteró de la noticia, les dijo a sus discípulos
que Lázaro estaba dormido y que iba a ir a despertarlo (Juan 11:11). Pero al ver que no le habían
entendido, les dijo directamente: “Lázaro ha muerto” (Juan 11:14).
Cuatro días después del entierro, Jesús llegó a Betania y buscó
a Marta, la hermana del difunto, para consolarla. “Si hubieras estado aquí mi
hermano no habría muerto”, le dijo ella (Juan 11:17, 21). “Yo soy la resurrección y la vida
—respondió Jesús—. El que ejerce fe en mí, aunque muera, llegará a vivir.”
(Juan 11:25.)
“¡Lázaro,
sal!”
A fin de probar que no estaba
prometiendo un imposible, Jesús se acercó a la tumba y gritó: “¡Lázaro, sal!” (Juan 11:43). Entonces, para el asombro de los
presentes, Lázaro salió del sepulcro.
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