Jueves, 11 de octubre
“Navegó al Oessudoeste. Tuvieron
mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco
verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y
tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y
otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también
vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramujos. Con estas
señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el
sol, veintisiete leguas.
Después del sol puesto, navegó a
su primer camino, al Oeste; andarían doce millas cada hora y hasta dos horas
después de media noche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y
media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante,
halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vio
primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a
las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fue
cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero
Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, y díjole que parecía lumbre, que
mirase él, y así lo hizo y viola; díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia,
que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vio nada
porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después de que el Almirante lo
dijo, se vio una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y
levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante
tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve,
que la acostumbraban decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan
todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de
proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía
tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes
habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese.
A las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían
dos leguas Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela
grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes,
que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios
Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la
barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era
capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos
banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por
seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la
cruz y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas
y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los
demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo, escribano de toda el
armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y
testimonio cómo él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la
dicha isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones
que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se
hicieron por escrito. Luego se ajuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se
sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación
y descubrimiento de estas Indias. «Yo -dice él-, porque nos tuviesen mucha
amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a
nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos
bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras
cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto
nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los
navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón
en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas
que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo
tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era
gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y
también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi
eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien
hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi
como sedas de cola de caballo, y cortos: los cabellos traen por encima de las
cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se
pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios ni negros ni blancos,
y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que
hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos
solos los ojos, y de ellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen,
porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con
ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas
de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a
una mano Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi
algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era
aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban
cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de
tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de
buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que
ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo,
placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a
Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera
vi, salvo papagayos, en esta isla.”
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